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Autorretrato |
Para mi regresaron las tardes anaranjadas de un otoño eterno, pero con un clima diferente. Esta vez sabía que se acercaba el invierno. Tu me regalaste un satélite con tus ojos y una piel de lagarto dorado de esas que no vuelven. Así como se congelan los momentos para siempre en una fotografía al final de un pasillo muy oscuro donde sólo se encontraba amor y tu reflejo mas ya no estabas tu.
Volvió la sangre drenando aquella cuerda, túnel, manguera, cordón umbilical de energía y amor vitalicio que ahora sólo parecía el aborto de un amor infinito y eterno desperdiciado, no deseado. Comprendí tarde con tus decisiones que no estarías mas allí, sin importar cuanto te buscara debajo de las hojas marchitas como aquel pequeño gusanito de hermosos colores que me hipnotizó por un largo rato.
Comprendí que ahora era yo esa tierra negra y húmeda, ese océano, el cielo, el universo mismo y así como un diente de león soplaste mi esencia para ahora volar libre en el viento y renacer.
Adiós, adiós, adiós.
Adiós, adiós, adiós.
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